En BOLETÍN SEMANAL

Si bien existe una gran variedad en la enseñanza de la Palabra, hay una inequívoca verdad que subyace en el todo. Aunque Él emplee muchos portavoces, las Sagradas Escrituras no tienen sino a un único Autor; y mientras que Él “habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a los padres por los profetas,” y que “en estos postreros días nos ha hablado por el Hijo” (Hebreos 1:1-2), aun así, El que habló a través de ellos era y es Uno, “en el cual no hay mudanza, ni sombra de variación” (Santiago 1:17), quien por todas las edades declaró: “Porque yo Jehová no cambio” (Malaquías 3:6). De principio a fin, hay una concordancia (congruencia) perfecta entre todas las partes de la Palabra: establece un único sistema doctrinal (nunca leemos “las doctrinas de Dios,” sino siempre es “la doctrina [enseñanza]”: (véase Deuteronomio 32:2: Proverbios 4:2; Mateo 7:28;  Juan 7:17, Romanos 16:17, y contrástese con Marcos 7:7; Colosenses 2:22; 1Timoteo 4:1; Hebreos 13:9) porque es un todo, único y orgánico. La Palabra presenta uniformemente un único camino de salvación, una única regla de fe. Desde Génesis a Apocalipsis hay una sola Ley Moral inmutable, un glorioso evangelio para los pecadores que perecen. Los creyentes del Antiguo Testamento fueron salvados con la misma salvación, se debían al mismo Redentor, fueron regenerados por el mismo Espíritu, y eran partícipes de la misma herencia celestial tal como lo son los creyentes del Nuevo Testamento.

Si bien es cierto que la Epístola a los Hebreos hace mención de una esperanza mayor (7:19), un mejor pacto o testamento (7:22), mejores promesas (8:6), mejores sacrificios (9:23), alguna cosa mejor para nosotros (11:40) – aun así es importante reconocer que el contraste que se hace es entre las sombras y la sustancia. Romanos 12:6 habla de “proporción [o “analogía”] de la fe.” Hay una debida proporción, un equilibrio perfecto, entre las distintas partes de la Verdad de Dios revelada la cual es necesario que sea conocida y observada por todos aquellos que han de predicar y escribir en conformidad con la mente del Espíritu. En defensa de esta analogía, es esencial reconocer que lo que se da a conocer en el Antiguo Testamento era una tipificación de (para) lo que se establece en el Nuevo, y por lo tanto los términos usados en el primero son estrictamente aplicables al segundo. Muchas discusiones innecesarias se han suscitado sobre si la nación de Israel era o no un pueblo regenerado. Eso está muy lejos de la verdadera cuestión: externamente eran considerados como el pueblo de Dios, y, como afirma el Espíritu por medio de Pablo “que son israelitas, de los cuales son la adopción, la gloria, el pacto, la promulgación de la ley, el culto y las promesas; de quienes son los patriarcas, y de los cuales, según la carne, vino Cristo, el cual es Dios sobre todas las cosas, bendito por los siglos…” (Romanos 9:4-5).

La regeneración o la no-regeneración afectaba a la salvación de los individuos (individual) entre ellos, pero no afectaba a la relación de alianza (pacto) del pueblo como un todo. Una y otra vez Dios se dirigía a Israel llamándoles “rebeldes” pero ni siquiera una vez llamó de esa manera a cualquier nación pagana. No fue ni a los Egipcios ni a los Cananeos a quienes Jehová dijo: “Convertíos, hijos rebeldes, y sanaré vuestras rebeliones,” o “Convertíos, hijos rebeldes, dice Jehová, porque yo soy vuestro esposo” (Jer.3:22, 14). Ahora, esta analogía o similitud entre los dos pactos y las gentes (pueblos) que están bajo ellos es la base para transferir los términos (estipulaciones) del Antiguo Testamento al Nuevo. Así, la palabra “circuncisión” es usada en este último no con un significado idéntico, sino de acuerdo a la analogía, por cuanto la circuncisión es ahora “la del corazón, en espíritu” (Rom.2:29), y no la que es en la carne. Del mismo modo, cuando Juan cierra su primera Epístola diciendo “Hijitos, guardaos de los ídolos,” se apropia de un término del Antiguo Testamento y lo aplica (utiliza) en el sentido del Nuevo Testamento, por cuanto a “ídolos” no se está refiriendo a las estatuas hechas de madera y piedra (como hacían los profetas cuando utilizaban este mismo término), sino a los objetos interiores de culto carnal y sensual. De igual manera también tenemos que distinguir  al “Israel” antitipo del espiritual en Gálatas 6:16, y al “Monte de Sion” celestial y eterno en Hebreos 12:22.  Y a todos los que anden conforme a esta regla, paz y misericordia sea a ellos, y al Israel de Dios.” (Gál.6:16). 

“Sino que os habéis acercado al monte de Sion, a la ciudad del Dios vivo, Jerusalén la celestial, a la compañía de muchos millares de ángeles” (Heb.12:22).

La Biblia consiste de muchas partes, finamente (exquisitamente) correlacionadas y vitalmente interdependientes unas de otras. Dios controló de tal manera a cada uno de los agentes que empleó en la escritura de la misma, y coordinó de tal manera sus esfuerzos, como para producir un único (solo) Libro viviente. Dentro de tal unidad orgánica indudablemente existe una gran variedad, más no contrariedad. El cuerpo del hombre no es sino uno, aunque esté compuesto por muchos miembros, distintos en tamaño, características, y funciones. El arcoíris no es sino uno, y entretanto refleja de manera distinta sus siete rayos prismáticos, estos están armoniosamente mezclados unos con otros – así sucede con la Biblia: su unidad aparece en perfecta consistencia a través de todas sus enseñanzas. La unicidad en la tri-unidad de Dios, la deidad y la humanidad de Cristo unidas en una misma Persona, el pacto eterno que asegura la salvación de todos los escogidos por gracia, el camino de la santidad, y el único camino que conduce al cielo – están plenamente revelados tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento. La enseñanza de los profetas concerniente al carácter glorioso de Dios, las inmutables exigencias de Su justicia, la total depravación de la naturaleza humana, y el camino señalado para la restauración de tal estado – es idéntica a la enseñanza Apostólica.

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Extracto del libro: “La aplicación de las Escrituras”,  de A.W. Pink


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