​​A pesar de las serias advertencias de la Biblia, el misticismo sigue siendo una plaga, aún en muchas iglesias evangélicas en el día de hoy. Me entristece y preocupa enormemente ver cómo muchos que profesan ser cristianos están practicando una especie de misticismo evangélico sin darse cuenta. Y es que en la misma medida en que el estudio de la Palabra de Dios decae en las iglesias, y la manipulación emocional aumenta, en esa misma medida los creyentes comienzan a sustituir la verdadera comunión con Dios por una experiencia mística que embota nuestro entendimiento y produce la sensación engañosa de haber estado en contacto con el Dios de los cielos.

El Señor Jesucristo dijo claramente, en Juan 4, que los verdaderos adoradores adoran a Dios “en espíritu y en verdad”. Donde el espíritu no está involucrado, tampoco existe la verdadera adoración. Pero lo mismo podemos decir cuando la verdad no ocupa un lugar central.

Pensemos por un momento en el tipo de alabanza que se usa en muchas iglesias evangélicas hoy día. Y Dios sabe que no digo esto por el simple hecho de criticar lo que otros hacen, si no por dar una voz de alerta sobre una práctica que creo está haciendo un daño enorme en ciertos contextos eclesiásticos.

Pablo dice en Col. 3:16 que los himnos y cánticos espirituales que cantamos en la congregación deben ser un vehículo para que la Palabra de Cristo more en abundancia en nosotros.

Pero muchas iglesias han desechado casi por completo los himnos con un serio y profundo contenido bíblico, y lo han sustituido por breves coros de 4 ó 5 líneas, de contenido muy vago y superficial, que se repiten una y otra vez, una y otra vez, una y otra vez.

Yo me pregunto: ¿Acaso no tendrán el mismo efecto que los mantras en el Yoga y en las religiones orientales? Y si a todo eso le sumamos una música, también repetitiva, el efecto es todavía mayor y más peligroso.

Como dice un autor cristiano, aún una frase extraída de las Escrituras, como: “Jesús ten misericordia de mí, que soy pecador”, cuando se repite un montón de veces, no es otra cosa que una vana repetición, y por lo tanto, una violación del tercer mandamiento: “No tomarás el nombre del Señor en vano”.

La Biblia prohíbe el uso de “mantras” en nuestras oraciones: “Y orando, no uséis vanas repeticiones, como los gentiles, que piensan que por su palabrería serán oídos”.

Esas vanas repeticiones no solamente son vanas, sino peligrosas, porque a la larga pueden embotar el entendimiento y producir personas incapaces de digerir la enseñanza doctrinal de las Escrituras, e incluso indisponerlas contra ella.

Pero no solamente eso. Ese tipo de arrebato emocional que se suele producir en ese tipo de culto, es altamente adictivo. Hace que las personas vayan a la iglesia, no para ser instruidos por esa Palabra de Dios, que es viva y eficaz y a través de la cual tenemos verdadera comunión con Cristo, sino para volver a estimular las emociones.

¿Estoy diciendo con esto que en nuestra comunión con Dios las emociones no juegan ningún papel? ¡Por supuesto que no! Solo basta con leer los salmos para convencernos de que la relación del creyente con Dios puede llegar a alcanzar intensos niveles emocionales.

Pero esas emociones son producidas por el entendimiento de quién es Dios y de lo que Él ha hecho por nosotros en Cristo, no porque se ha preparado un ambiente propicio para que se produzca ese tipo de respuesta emocional.

¿Por qué nos emocionamos al cantar “El poder de la cruz” – y estoy usando a propósito un himno contemporáneo? Por las gloriosas verdades que ese himno expresa.

1.     Oh, al ver aquel Negro amanecer:
Cristo entregado a morir Condenado fue
Siendo justo y fiel  Clavado a una cruz.

Coro:

El poder de la cruz: Mi pecado Él llevó
Ira y culpa cargó Soy perdonado en la cruz.

2.     Oh, aquel dolor Que Tu faz mostró
Cargando el peso de mi mal Toda corrupción,
Todo mal pensar Tú los pagaste allí.

3.     La tierra tembló, el cielo oscureció
Viendo agonía en Su Hacedor, el Velo roto en dos
Se escuchó el clamor, Su obra consumó.

4.     Anulaste allí El acta contra mí
Por Tus dolores libre soy, la Muerte derrotó
Vida me otorgó Tu inefable amor.

Coro final:
El Poder de la cruz Dios al Hijo inmoló
Qué gran precio y amor, Soy perdonado en la cruz.

Lo opuesto al misticismo no es la frialdad cerebral, sino una verdadera, deleitosa y profunda comunión con Cristo. Es precisamente por eso que el misticismo es tan dañino y peligroso, porque impide el desarrollo de ese tipo de comunión con nuestro Salvador, a la vez que produce la engañosa sensación de intimidad con Él.

Que el Señor nos ayude a empaparnos cada vez más de Su Palabra, pero no como un mero ejercicio intelectual, sino como un medio para permanecer en Cristo, descansando conscientemente en Su obra de salvación y procurando conscientemente hacer Su voluntad, para poder disfrutar de la vida abundante que Él compró para nosotros en la cruz del calvario.

© Por Sugel Michelén. Todo Pensamiento Cautivo.

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