Las teorías acerca del pecado que hemos considerado hasta ahora son claramente contrarias al cristianismo. Ningún cristiano puede sostener que la moralidad no es más que el interés propio de la raza que se ha ido acumulando, y que el pecado es tan sólo la conducta que se opone a ese interés. El cristiano debe obviamente sostener que la justicia y la felicidad son dos cosas distintas y que el pecado es algo muy distinto del desatino.

Llegamos ahora a una pregunta muy importante   «¿Qué es el pecado?» Hemos hablado del primer pecado del hombre. Ahora preguntamos qué es en el fondo el pecado.

Las respuestas a esta pregunta han sido muy diferentes, así como son diferentes las ideas acerca del mundo, de Dios y de la vida humana. La verdadera respuesta hay que buscarla, como veremos, en la Biblia; pero antes de ofrecerles esa respuesta verdadera, quiero hablarles acerca de un par de respuestas erróneas, a fin de que por contraste con las mismas, la verdadera respuesta se pueda entender con mayor claridad.

En primer lugar, muchos tienen una noción del pecado que le quita al mismo su carácter distintivo, o, mejor, muchos simplemente niegan la existencia de nada que se pueda llamar propiamente pecado.

Según una forma de pensar muy común entre los incrédulos de nuestros tiempos, lo que solemos llamar moralidad no es más que la experiencia acumulada de la humanidad en cuanto a la clase de conducta que conduce a la preservación y bienestar de la especie. Las tribus en las que el hombre buscaba su propio placer sin tener en cuenta el bien de los demás, fracasaron, se dice, en la lucha por sobrevivir, mientras que las que frenaban los impulsos de sus miembros para el bien común prosperaron y se multiplicaron. Por un proceso de selección natural, por tanto, según esta teoría, ‘ fue convirtiéndose en algo indiscutible que entre los grupos humanos los que cultivaban la solidaridad eran los que sobrevivían.

En el curso de los tiempos   sostiene la teoría   el origen más bien vil de estos frenos sociales   se perdió completamente de vista, y se pensó’ que se basaban en algo peculiar que vino a llamarse moralidad o virtud. Sólo en tiempos recientes se ha llegado a descubrir la identidad entre lo que llamamos «moralidad» y el interés propio de la sociedad.

Esta teoría es muy común. Según la misma «pecado» no es sino una manera de calificar   y por cierto muy desacertada   a la conducta antisocial.

¿Qué se puede decir de esa noción de pecado desde el punto de vista cristiano? La respuesta es sin duda muy sencilla. La debemos rechazar en forma absoluta. «Contra tí, contra tí solo he pecado,» dice el salmista.  Esa es la entraña mis¬ma de la Biblia desde el principio hasta el fin. El pecado, según la Biblia, no es sólo una conducta contraria a la experiencia acumulada de la raza; no es sólo conducta antisocial. Es ante todo una ofensa contra Dios.

Igualmente destructora de la idea verdadera de pecado es el error de los que dicen que el fin de toda la conducta humana es, o (como algunos dicen) debería ser, el placer.

A veces el placer que se considera como el objetivo que hay que presentar al hombre es el placer del individuo,   placer refinado y del todo respetable sin duda, pero al fin y al cabo placer. Esta teoría ha producido a veces vidas superficialmente dignas. Pero incluso una dignidad superficial así no puede durar mucho, y el carácter degradante de la filosofía que forma su base ha de salir a flote tarde o temprano. Además esa filosofía nunca puede incorporar ninguna noción que con alguna propiedad se pueda llamar una noción genuina de pecado.

A veces, es cierto, el placer que se dice constituir la meta de la conducta humana se considera ser el placer, o (para emplear una palabra de más categoría) la felicidad, no del individuo sino de la raza. Según esa teoría, el altruismo   a saber, la consideración por la felicidad mayor del mayor número posible   se considera ser la síntesis de la moralidad.
Una simple reflexión nos hará ver lo extendida a influyente que es tal teoría. Examinemos, por ejemplo, algunos de los sistemas para educación del carácter que se han presentado para utilizarlos en las escuelas, públicas o en otras instituciones. ¿A qué equivalen? Me temo que vienen a ser un recurrir a la experiencia humana como base de la moralidad. Esta es la clase de conducta,  dicen de hecho, que funciona bien; es, pues, la clase de conducta que los buenos ciudadanos deberían observar.

¿Qué deberla decir el cristiano de semejantes sistemas de la llamada educación del carácter? Me parece que debería oponerse a ellos con todas sus fuerzas. En lugar de formar el carácter a la larga, lo socavan, porque ponen a la experiencia humana como base de la moralidad en lugar de poner a la ley de Dios.

Lo que muchas veces proponen en detalle es, en realidad, lo que el cristiano también propondría. Cierto que la noción de que la mayor felicidad del mayor número posible es lo que debería proponérsenos como objetivo produce muchas normas de conducta que coinciden con lo que el cristiano, por razones distintas, propone. Es obvio que el homicidio y el robo no conducen a la mayor felicidad del mayor número posible, y también es obvio que son contrarios a las normas cristianas. Así pues, el cristiano y el no cristiano, aunque por razones diferentes, coinciden en decirle a las personas que no cometan crímenes.

Sin embargo, la diferencia entre la moralidad cristiana y la del mundo es muy importante.

Ante todo, existe diferencia incluso en detalles. Si bien en muchas cosas la moralidad que proponen los modernos utilitaristas, basadas en sus principios de que la norma de moralidad ha de buscarse en la experiencia de la raza, coincide en muchos detalles con la que proponen los cristianos, con todo hay casos en que la diferencia en principios se manifiesta en diferencias en detalle.

Hemos visto, por ejemplo, en tiempos recientes que los periódicos han discutido mucho el tema de   la «eutanasia.» Ciertos médicos dicen con toda franqueza que creen que a los inválidos desahuciados, que nunca pueden volver a valerse por sí mismos ni podrán ser de servicio para nadie, se les debería facilitar una muerte sin dolor. ¿Tienen razón?

Bien, me atrevo a decir que basados en una ética utilitarista se podría defender ese punto de vista. No estoy muy seguro   permítaseme decirlo de paso,  de que ni siquiera basados en esos principios se pueda defender tal cosa. Es algo muy peligroso eso de dejar que los expertos decidan de qué personas «se puede prescindir.» Por mi parte, no creo en la infalibilidad de los expertos, y creo que la tiranía de los expertos es la peor y más peligrosa de las tiranías que se pueda imaginar.

Pero, con todo, esto no es ir a la raíz del problema. La raíz de todo es que los que defienden la eutanasia se basan en un fundamento completamente distinto del de los cristianos. Arguyen a base de lo que es útil,  lo que produce felicidad y ahorra dolor a los hombres. El cristiano  arguye basado en un mandamiento divino concreto.  «No matarás,» zanja la cuestión para el cristiano. Desde el punto de vista cristiano el médico que ayuda a morir sin dolor no es más que un asesino. Puede muy bien ser que a la larga su acción no nazca verdaderamente de un sentimiento de compasión. Pero no se discute esto ahora. Lo que decimos es que aunque sea por compasión, es un homicidio, y el homicidio es pecado.

Las teorías acerca del pecado que hemos considerado hasta ahora son claramente contrarias al cristianismo. Ningún cristiano puede sostener que la moralidad no es más que el interés propio de la raza que se ha ido acumulando, y que el pecado es tan sólo la conducta que se opone a ese interés. El cristiano debe obviamente sostener que la justicia y la felicidad son dos cosas distintas y que el pecado es algo muy distinto del desatino.

Otras teorías equivocadas del pecado, sin embargo, no son tan abiertamente erróneas, ni tam-poco tan obviamente anticristianas, aunque también lo sean.

Existe, por ejemplo, la idea de que el pecado es el triunfo de la parte inferior de la naturaleza humana sobre la superior, de que es el triunfo de los apetitos corporales sobre el espíritu humano   el espíritu humano que debería ser el que dirige las acciones del hombre.

Esta definición recurre   aunque en forma falsa   a ciertas expresiones bíblicas, y es una idea muy antigua en la Iglesia cristiana visible.

En su forma extrema, concibe a la materia como mala en sí. El alma o espíritu humano está encerrado, sostiene, en la cárcel del mundo material, y el objetivo de los esfuerzos del alma seria liberarse. Pecado es todo lo que impide esa liberación   del alma del mundo material.

Indudablemente una doctrina así es del todo opuesta a la Biblia. Es una idea pagana, no cristiana. Sobre todo acaba completamente con la idea cristiana de Dios. Si la materia es esencialmente mala, y si Dios es bueno, entonces Dios no podría haber creado la materia, sino que esta materia debe haber existido siempre en forma independiente de él. Por ello no sorprende hallar en tiempos de la Iglesia primitiva que quienes consideraban a la materia como esencialmente mala eran dualistas, no teístas. Es decir, no creían en un Dios creador de todo lo que existe, sino que creían que había dos principios últimos independientes  uno bueno, Dios; y un principio malo, la materia.

En marcado contraste con todas estas ideas, la Biblia enseña desde el principio hasta el fin que el mundo material, al igual que el inundo del espíritu, fue creado por Dios, y que ninguna de las obras de Dios ha de considerarse como mala.

Además, la Biblia no sólo combate esa idea como teoría del universo, sino también y con mucho ahínco los efectos de la misma en la conducta humana. Los que consideran a la materia como esencialmente mala tienden siempre al ascetismo. Es decir, tienden siempre a abstenerse de disfrutar de lo bueno de este mundo como si dicha abstención fuera por sí misma una virtud,  no un medio para un fin, sino un fin en sí mismo; no algo necesario a veces, sino algo siempre necesario si se quiere conseguir una verdadera santidad.

La Biblia se opone en todo momento a tal ascetismo. «No manejes, ni gustes, ni aun toques,» decían los ascetas que menoscababan la supremacía de  Cristo en la iglesia colosense.  Con todo vigor combate su enseñanza el apóstol Pablo. «Del Señor es la tierra y su plenitud,» dice en otra carta.  Esto enseña la Biblia de principio a fin. En ninguna parte de la Escritura se puede hallar justificación para la idea de que el mundo material es esencialmente malo y que disfrutar de él es pecado.

A este respecto, sin embargo, se puede suscitar una objeción. ¿Acaso la Biblia no llama repetidas veces mala a «la carne», y con ello acaso no enseña que el pecado después de todo consiste en el triunfo de la parte inferior o corporal de la naturaleza del hombre sobre la superior?

Respondemos a esa objeción diciendo que sin duda la Biblia llama muchas veces mala a «la carne,» pero que el problema radica en saber qué quiere decir en esos pasajes cuando usa la palabra «la carne».

Algunos opinan que la palabra se refiere a la naturaleza corporal del hombre, una parte inferior de su naturaleza en cuanto opuesta a otra superior. Esa idea se puede hallar en varias traducciones recientes de la Biblia que confunden a tantas personas. Una de esas traducciones emplea en vez de la palabra «la carne» en el capítulo octavo de Romanos la expresión «la naturaleza física»; otra emplea la expresión «la naturaleza animal.»

¿Ven a dónde conducen esas traducciones? Conducen a la idea de que el conflicto entre la carne y el Espíritu según las cartas de Pablo es un conflicto entre la parte física y la parte espiritual del hombre, y que el triunfo de la naturaleza física o animal en ese conflicto es lo que la Biblia llama pecado.

¿Es acertada esa idea? No, amigos míos, no es acertada. Por el contrario, es un error nefasto y de largo alcance. Quien sostiene esa idea del pecado ni siquiera vislumbra lo que la Biblia dice que es el pecado, y por desgracia no está en condiciones de vislumbrar lo que la Biblia dice acerca de la salvación del pecado.

Es perfectamente cierto, desde luego, que en muchos lugares la Biblia usa la palabra «carne» simplemente en el sentido de cierta parecido en la estructura corporal del hombre o del animal. Habla de «carne y sangre» o de algo semejante. Este es el sentido simplemente físico de la palabra. Sin duda que se encuentra en la Biblia.

Pero ahora estamos hablando de los pasajes en que «la carne» se presenta en la Biblia como algo malo. ¿Tiene esta palabra en esos pasajes un sentido solo físico?

La respuesta es un «no» rotundo. En esos pasajes la palabra se emplea en un sentido muy especial   un sentido muy ajeno al sentido original, puramente físico. En esos pasajes designa no la naturaleza física o animal del hombre, sino toda la naturaleza del hombre, tal como se encuentra ahora, en su condición caída, separada de Dios.

Las fases principales por las que pasa la palabra «carne» hasta  tener el significado que tiene en la Biblia parecen ser bastante claras. Primero, el significado puramente físico. Luego «carne» en el sentido del hombre en su debilidad, ,y todo ello se designa con una palabra que señala propiamente aquella parte del hombre en la que se manifiesta con mayor claridad tal debilidad, como cuando la Biblia dice: «Toda carne es hierba, y toda su gloria como flor del campo.»  Luego «carne» designa al hombre tal como es ahora, perdido en el pecado   tal como es ahora hasta que el Espíritu de Dios lo transforma. Este tercer significado de la palabra es el que se halla en esos grandes pasajes en los que «la carne» se presentas en la Biblia como algo malo.
Empleada en esta forma, la palabra no designas una parte baja de la naturaleza del hombre en cuanto opuesta a una parte elevada. Designas una parte baja de la naturaleza del hombre pecaminoso actual, en cuanto opuesta a la santidad divina. No designa el cuerpo del hombre en cuanto opuesto al espíritu del hombre, sino a todo el hombre en cuanto opuesto al Espíritu de Dios.
Esto se ve con especial claridad en un pasaje como 1 Co. 3 :3, en el que Pablo dice : «Porque aún sois carnales; pues habiendo entre vosotros celos, contiendas y disensiones, ¿no sois carnales y andáis como hombres?» La palabra que se traduce por «carnal» procede de «carne.» ¿Qué significa, entonces?    Sin duda ser carnal y andar como hombres tiene el mismo significado en este texto. Una de estas expresiones explica la otra. ¿Cómo debían andar los cristianos corintios? Según Dios. ¿Cómo andaban en realidad? Según los hombres. Pero andar según los hombres en cuanto opuesto a andar según Dios es, dice Pablo, lo mismo que ser carnal. Así pues la carne no significa, como esas traducciones equivocadas de la Biblia quieren hacerle significar, la naturaleza animal del hombre en cuanto opuesta a una parte más elevada de esa misma naturaleza; significa simplemente toda la naturaleza humana   es decir, la naturaleza humana tal como está ahora, bajo el dominio del pecado, en cuanto opuesta al Espíritu de Dios.

Pablo aclara todavía más la cuestión en el versículo siguiente, según el texto de los mejores manuscritos : «Porque diciendo el uno : Yo ciertamente soy de Pablo; y el otro: Yo soy de Apolos, ¿no sois hombres?» El apóstol considera el ser hombres,  es decir, sólo hombres, no transformados por el Espíritu de Dios,  en realidad como algo merecedor de reproche e igual al ser carnales. «¿No sois carnales?» dice en el versículo precedente. «¿No sois hombres?» dice en este versículo. Las dos cosas significan lo mismo.

Qué abismo existe entre esta manera bíblica de considerar la naturaleza humana caída y el paganismo moderno, que tantos profetas proclaman en nuestros días, que asume como articulo básico de su credo, «Creo en el hombre.» Qué abismo existe entre la confianza pagana moderna en los recursos humanos y la enseñanza de la Biblia que hace equivalente el «¿No sois hombres?» con el «¿No sois carnales?» y considera ambas preguntas como un reproche terrible par al pueblo cristiano.

Así pues el pecado, según la Biblia, no es sólo «la bestia en nosotros» No, es algo mucho más grave que eso. Por desgracia, el pecado no es la bestia que hay en nosotros; es más bien, el hombre que hay en nosotros. Es el hombre que hay en nosotros, porque todo el hombre, espíritu y alma al igual que cuerpo, está bajo el dominio del pecado, hasta tanto no sea transformado por el poder regenerador del Espíritu de Dios.

Claro que la Biblia enseña que el pecado reside en el cuerpo, que hace del cuerpo su instrumento, y que los apetitos corporales no dominados constituyen una gran parte de las. ocasiones de caída. Todo esto es perfectamente cierto. Pero esto es muy distinto que decir que los apetitos corporales constituyen la esencia del pecado. No, cuando la Biblia nos ofrece una de esas listas terribles de pecados que se cometen, por ejemplo, en varios pasajes de las Cartas de Pablo, cuando enumera, como en el capítulo quinto de Gálatas, «las obras de la carne,»  incluye no sólo lo que solemos llamar pecados carnales sino también, y de forma muy destacada, pecados como el orgullo y el odio, que no son en modo alguno carnales en el sentido nuestro. De hecho esos pecados de orgullo y otros parecidos, y no lo que llamamos pecados carnales, son precisamente los pecados de los que Pablo habla en ese pasaje de 1 Corintios en el que acusa a sus lectores de ser carnales.

La Biblia halla al pecado, además, en un mundo espiritual,  habla de huestes espirituales de maldad en las regiones celestes ,  al igual que halla al pecado, por desgracia, en el espíritu del hombre caído. Si deseamos ser fieles a la Biblia, debemos descartar toda esta noción de que la esencia del pecado se halla en la rebelión de la parte inferior de nuestra naturaleza contra la parte superior.

¿Qué es, pues, el pecado? Hemos dicho lo que no es. Ahora deberíamos decir qué es.

Por fortuna no tenemos que buscar mucho en la Biblia para hallar la respuesta a esa pregunta. La Biblia da la respuesta en el comienzo misma del relato del primer pecado del hombre ,

¿Qué fue el primer pecado del hombre, según la Biblia? ¿Fue la satisfacción de un apetito corporal? Sí, lo fue. La mujer vio que los frutos del árbol eran buenos pare comer y agradables a la vista, se nos dice. ¿Pero fue el pecado tan sólo la satisfacción de un apetito corporal? Desde luego que no. No, fue algo muy intelectual, espiritual. La serpiente dijo que el comer del fruto de ese árbol los haría sabios. Eso no fue en absoluto un apetito corporal.

¿Cuál fue, pues el primer pecado del hombre? ¿No está bien clara la respuesta? Sí, fue desobediencia al mandato de Dios. Dios dijo: «No comerás del fruto del árbol»; el hombre comió áe1 fruto del árbol; y eso fue el pecado. Aquí tenemos por fin nuestra definición de pecado.

«Pecado es cualquiera falta de conformidad con la ley de Dios o trasgresión de la misma.» Esas son las palabras del Catecismo Menor, no de la Biblia; pero están de acuerdo con lo que la Biblia enseña desde Génesis hasta Apocalipsis.

 Extracto del libro: «Visión cristiana del hombre» de J. Gresham Machen

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