En BOLETÍN SEMANAL


«El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias.» (Apocalipsis 3:22)

El verdadero creyente, no sólo es un soldado, sino un soldado victorioso. No sólo lucha en el bando de Cristo contra el pecado, contra el mundo y contra el diablo, sino que también vence. Pido a mis lectores que observen que en cada carta el Señor Jesús hace una promesa a los que vencieren.

En siete ocasiones el Señor da grandes y preciosas promesas a las iglesias. Cada una de esas promesas es diferente, pero todas ellas están llenas de fuerte consolación. Notemos, sin embargo, que cada una de ellas va dirigida al cristiano que vence: “Al que venciere.” Pido que toméis buena nota de esto.

Cada cristiano es un soldado de Cristo y debe pelear la batalla contra el pecado, el mundo y el diablo. A su disposición tiene una armadura y debe hacer uso de ella. Pablo dice escribiendo a los efesios: “Tomad toda la armadura de Dios” -”Estad, pues, firmes, ceñidos vuestros lomos con la verdad, y vestidos con la coraza de justicia”- “Tomad el yelmo de la salvación, y la espada del Espíritu, que es la Palabra de Dios.” -”Sobre todo, tomad el escudo de la fe.” (Efesios 6:13-17.) Y por encima de todo, el creyente tiene el mejor de los dirigentes: a Jesús, el Capitán de la salvación.

Todas estas cosas son bien conocidas y no me detendré en ellas, pero el punto sobre el cual quiero hacer énfasis es este: el verdadero creyente, no sólo es un soldado, sino un soldado victorioso. No sólo lucha en el bando de Cristo contra el pecado, el mundo y el diablo, sino que también vence.

Esta es una de las señales más distintivas del cristiano verdadero. Son muchas las personas a las que les gusta que se les considere como pertenecientes a las filas del ejército de Cristo, y esto quizá porque tienen un ocioso deseo de poseer la corona de la gloria; pero esto es todo. Sólo el verdadero cristiano cumple con las obligaciones de soldado y hace frente a los enemigos del alma; lucha valientemente contra el enemigo, y es el vencedor de la lucha.

Para probar que verdaderamente has nacido de nuevo y vas en camino al cielo, tienes que ser soldado victorioso de Cristo. Para demostrar que tienes derecho a las preciosas promesas de Cristo, debes pelear la buena batalla en la causa de Cristo, y en la batalla debes vencer.

La victoria es la evidencia más satisfactoria de que tu profesión de fe es genuina. Quizá te deleitas en la buena predicación, lees la Biblia, diriges el culto familiar y contribuyes con tus donativos a la obra misionera. Todo esto está muy bien, y gracias a Dios que sea así; ¿pero cómo va la batalla? ¿Cómo se desarrolla el gran conflicto? ¿Estás venciendo en el amor al mundo y en el temor del hombre? ¿Estás conquistando las pasiones, impulsos e inclinaciones de tu propio corazón? ¿Resistes al diablo y le haces huir de ti? ¿Cómo va la batalla? No hay otra alternativa: o tú gobiernas sobre el pecado, el mundo y el diablo, o eres esclavo de los tales. En esto no hay término medio. O tú conquistas, o tú pierdes.

Bien sé que es una batalla muy dura de librar, y quiero que tú también lo sepas. Debes pelear la buena batalla de la fe, y sufrir penalidades, para conseguir la vida eterna. Cada día has de ser consciente de que tendrás que luchar. El hombre ha inventado caminos cortos y fáciles, pero el único que lleva al cielo es la antigua senda cristiana, el camino de la cruz, el camino del conflicto. Hay que mortificar, resistir y vencer al pecado, al mundo y al diablo. Este es el camino por el cual los santos del pasado anduvieron, y bien alto dejaron su testimonio.

Al rehusar los placeres del pecado en Egipto, y escoger a cambio las aflicciones con el pueblo de Dios, Moisés venció; venció al amor a los placeres.

Al negarse a profetizar cosas agradables ante el rey Acab, aun sabiendo que sería perseguido por decir la verdad, Micaías venció; venció al amor a la vida fácil.

Al negarse a abandonar la oración, Daniel venció, aun sabiendo que le esperaba el foso de los leones. Venció al temor a la muerte.

Mateo venció al levantarse de la mesa de los tributos públicos y seguir a Jesús, abandonándolo todo. Venció al amor al dinero.

Pablo venció, cuando abandonando todas las ventajas y ganancias entre los judíos, predicó a aquel Jesús que antes de su conversión había perseguido. Venció al amor a la alabanza humana.

Y si tú deseas ser salvo, debes hacer las mismas cosas que hicieron estos hombres. Ellos eran hombres con las mismas pasiones que nosotros, sin embargo vencieron. Tuvieron tantas pruebas como tú puedes tener, sin embargo vencieron. Ellos lucharon, pelearon y se esforzaron. Tú debes hacer lo mismo.

¿Dónde estaba el secreto de su victoria? En su fe. Creyeron en Cristo y creyendo se hicieron fuertes y se mantuvieron firmes. En todas sus batallas fijaron sus ojos en Jesús, y Él nunca los abandonó ni los desamparó. “Ellos han vencido por medio de la sangre del Cordero, y de la palabra del testimonio.” (Apc. 12:11.) Y de la misma manera puedes vencer tú. Por la gracia de Dios, decídete a ser un cristiano vencedor.

Tengo gran temor por muchos que profesan ser cristianos; no veo en ellos señal de lucha y mucho menos de victoria; nunca han trabajado en el bando de Cristo. Están en paz con el enemigo; no tienen conflicto con el pecado. Os aviso: esto no es cristianismo; esto no es el camino que conduce al cielo.

Temo también por aquellos que oyen el Evangelio con mucha frecuencia, no sea que se familiaricen tanto con el sonido de sus doctrinas que lleguen a ser insensibles a su poder. Temo por los jóvenes, hombres y mujeres, especialmente por aquellos que han nacido en hogares cristianos. Temo que hayáis contraído el hábito de ceder a toda tentación.

Temo que tengáis miedo de decir, “¡No!” al mundo y al diablo, y que cuando los pecadores os induzcan al mal, penséis que lo mejor es consentir. Cuidado, mucho cuidado, en ceder. Cada concesión nos debilitará. Id al mundo con la firme decisión de pelear la batalla de Cristo, y abríos camino hacia adelante.

Simpatizo con todos vosotros, creyentes en el Señor Jesús, sea cual sea vuestra denominación. Bien sé que vuestra peregrinación es difícil, y la batalla a librar dura. Sé, también, que a menudo sois tentados a decir: “No vale la pena”, y por poco no habéis dejado las armas de vuestra milicia.

Confortaos, mis queridos hermanos y hermanas. Mirad al lado brillante de vuestra posición, y animaos a continuar la lucha. El tiempo es breve; el Señor se acerca; la noche ya casi ha terminado. Millones de cristianos débiles como tú, han peleado la misma batalla y ninguno de ellos fue hecho cautivo de Satanás. Poderosos son en verdad tus enemigos, pero el Capitán de tu salvación es todavía más fuerte; su brazo, su gracia y su Espíritu te sostendrán. Anímate, no desfallezcas.

Extracto del libro: «El secreto de la vida cristiana» de J.C. Ryle

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