​​Uno de los movimientos más espectaculares que se han extendido a través de la iglesia cristiana es el movimiento carismático. Desde el estallido del hablar en lenguas en la Misión de la Calle Azusa en Los Ángeles, a principios del siglo XX, al crecimiento de las iglesias pentecostales y las Asambleas de Dios, y a la expansión al interior de la iglesia católica romana y las principales iglesias protestantes durante los años sesenta, el avivamiento carismático ha provocado una celosa devoción entre sus adherentes y ha alimentado una profunda discusión teológica. Ningún historiador de la iglesia puede ignorar el impacto de los carismáticos en la iglesia moderna.
    

LA DOCTRINA DEL BAUTISMO DEL ESPÍRITU SANTO

Antes de resumir la visión neo-pentecostal del bautismo del Espíritu Santo, debemos notar primero el fundamento histórico tras el uso del prefijo neo- con la raíz pentecostal.

El neo-pentecostalismo está referido a una modificación significativa en la enseñanza con respecto a la teología pentecostal clásica. El “neo-” o “nuevo” pentecostalismo tiene una base mucho más amplia que una mera localización en la iglesia pentecostal en sí. En las denominaciones pentecostales originales, el bautismo del Espíritu Santo estaba ligado a un concepto de santificación que era parte integral del llamado movimiento de Santidad.

El movimiento de Santidad enfatizaba la idea de la santificación como una segunda obra de gracia (posterior a la regeneración) que era instantánea y producía una perfección moral completa o parcial. Aunque el término perfeccionismo parcial suena extraño, involucra algunas distinciones importantes. En efecto, el perfeccionismo parcial implica un imperfeccionismo parcial, lo cual tiende a nublar la idea total del perfeccionismo. Estrictamente hablando, lo que es perfecto no admite manchas, defectos ni otros tipos de imperfecciones.

Algunos perfeccionistas arguyeron que la segunda obra de gracia alcanzaba una santificación total, pura y completa mediante la cual el receptor quedaba enteramente libre de pecado. John Wesley, en su versión del perfeccionismo, se detuvo un poco antes de llegar a esto restringiendo el perfeccionismo a la recepción del poder espiritual de un amor perfeccionado.

Otros partidarios de la Santidad han modificado el enfoque de la “segunda bendición” para restringirlo a la consecución de una vida victoriosa sobre el “pecado deliberado”. Es decir, una vez que una persona recibe el bautismo del Espíritu Santo para santificación, aún puede pecar, pero nunca deliberadamente. Cualquiera sea el pecado que permanezca en la persona santificada, es pecado accidental o pecado cometido en ignorancia. El bautismo del Espíritu Santo santifica a una persona de manera tal que ésta es, entonces, libre de pecar deliberadamente.

Aunque algunas iglesias aún enseñan esa clase de doctrinas perfeccionistas, la idea del perfeccionismo, total o parcialmente, no ha hecho una gran intrusión en la línea principal del cristianismo. En dicha teología, la tendencia es a disminuir las rigurosas demandas de la ley de Dios o a inflar la percepción de logro espiritual que el propio individuo tiene de sí mismo. Para que una persona permanezca convencida de que vive sin pecado, debe evitar realizar un escrutinio minucioso de la ley de Dios o un escrutinio minucioso y honesto de su propio desempeño.
La evidencia de pecado continuo en las vidas de los más grandes santos es tan fuerte que casi inevitablemente las formas de perfeccionismo tienden a ser modificadas, limitadas y restringidas a algún grado de perfeccionismo parcial que, por supuesto, no es sino otra forma de llamar al imperfeccionismo.

En la teología neo-pentecostal, el énfasis que se pone en el bautismo del Espíritu Santo corresponde a la idea de ser capacitado o dotado para el ministerio. La misma palabra carismático deriva de la palabra griega del Nuevo Testamento que se traduce como “don” o “gracia espiritual”. La palabra carismático ha llegado a ser usada tan ampliamente que ha encontrado la forma de integrarse en el léxico del habla popular. Un artista o un líder político puede ser llamado “carismático” sin que haya insinuación religiosa alguna conectada a la palabra. Puesto que el movimiento neo-pentecostal ha penetrado prácticamente todas las denominaciones cristianas, su teología ha sido moldeada por las teologías de las diversas iglesias. Por ejemplo, la teología de los carismáticos católicos romanos tiene un carácter católico romano tal como las de los carismáticos luteranos y episcopales tienen sus propios caracteres.

Dado que el neo-pentecostalismo ha influido en tantas tradiciones, no es sorprendente que ninguna teología pentecostal monolítica haya surgido a partir del movimiento. Esto hace necesario hablar en términos generales y señalar las tendencias mayores del movimiento.  La tendencia básica de la teología neo-pentecostal es ver el bautismo del Espíritu Santo como una obra especial del Espíritu Santo a través de la cual un creyente es dotado de poder para la vida y el servicio. Él está ahora dotado para el ministerio. Esta obra del Espíritu Santo es distinta de, y habitualmente posterior a, la obra de regeneración llevada a cabo por el Espíritu. A veces, se hace una distinción entre ser bautizado “por” o “de” el Espíritu Santo (lo cual ocurre en el nuevo nacimiento) y el bautismo “en” o “con” el Espíritu Santo (que normalmente es posterior al nuevo nacimiento). En este esquema, todos los cristianos son bautizados “por” el Espíritu, pero no todos los cristianos son bautizados “en” o “con” el Espíritu.   Aunque hay un desacuerdo general entre los neo-pentecostales con respecto a este punto, la tendencia es a ver el hablar en lenguas (glossolalia) como la evidencia inicial del bautismo del Espíritu Santo.

PENTECOSTALISMO Y PENTECOSTÉS

El pentecostalismo deriva su nombre del énfasis que pone en su manera de entender lo que sucedió con la iglesia en el Día de Pentecostés. El registro de la actividad del Espíritu Santo en la vida de la iglesia primitiva es fundamental para el movimiento carismático moderno. Hay un fuerte deseo de recapturar el poder y la vitalidad espiritual que se revela en el Libro de los Hechos:

Cuando llegó el día de Pentecostés, estaban todos juntos en un mismo lugar. De repente vino del cielo un ruido como el de una ráfaga de viento impetuoso que llenó toda la casa donde estaban sentados, y se les aparecieron lenguas como de fuego que, repartiéndose, se posaron sobre cada uno de ellos. Todos fueron llenos del Espíritu Santo y comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les daba habilidad para expresarse. (Hechos 2:1-4)

Más adelante en el relato Pedro se dirige a los perplejos observadores de este fenómeno y ofrece la siguiente interpretación del evento:

Porque estos no están borrachos como vosotros suponéis, pues apenas es la hora tercera del día; sino que esto es lo que fue dicho por medio del profeta Joel: Y sucederá en los últimos días dice Dios que derramaré de mi Espíritu sobre toda carne. (Hechos 2:15-17)

Hacia el final de su sermón, Pedro hace la siguiente observación:

A este Jesús resucitó Dios, de lo cual todos nosotros somos testigos. Así que, exaltado a la diestra de Dios, y habiendo recibido del Padre la promesa del Espíritu Santo, ha derramado esto que vosotros veis y oís. (Hechos 2:32-33)

Pedro concluye:

Arrepentíos y sed bautizados cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de vuestros pecados, y recibiréis el don del Espíritu Santo. (Hechos 2:38)

Hay relatos adicionales del derramamiento del Espíritu Santo en el Libro de los Hechos. Hechos 8 registra la experiencia de los convertidos samaritanos:

Cuando los apóstoles que estaban en Jerusalén oyeron que Samaria había recibido la palabra de Dios, les enviaron a Pedro y a Juan, quienes descendieron y oraron por ellos para que recibieran el Espíritu Santo, pues todavía no había descendido sobre ninguno de ellos; sólo habían sido bautizados en el nombre del Señor Jesús. Entonces les imponían las manos, y recibían el Espíritu Santo. (Hechos 8:14-17)

En el caso de la dramática conversión de Saulo en el camino a Damasco, hubo un retraso de tres días entre su conversión y el momento en que fue llenado con el Espíritu Santo (Ver Hechos 9:1-18).

Otro derramamiento del Espíritu Santo ocurrió en la casa del soldado Cornelio:

Mientras Pedro aún hablaba estas palabras, el Espíritu Santo cayó sobre todos los que escuchaban el mensaje. Y todos los creyentes que eran de la circuncisión, que habían venido con Pedro, se quedaron asombrados, porque el don del Espíritu Santo había sido derramado también sobre los gentiles, pues les oían hablar en lenguas y exaltar a Dios. (Hechos 10:44-46)

El registro final de un derramamiento similar del Espíritu Santo se encuentra en Hechos 19:1-6:

Y aconteció que mientras Apolos estaba en Corinto, Pablo, habiendo recorrido las regiones superiores, llegó a Éfeso y encontró a algunos discípulos, y les dijo: ¿Recibisteis el Espíritu Santo cuando creísteis? Y ellos le respondieron: No, ni siquiera hemos oído si hay un Espíritu Santo. Entonces Él dijo: ¿En qué bautismo, pues, fuisteis bautizados? Ellos contestaron: En el bautismo de Juan. Y Pablo dijo: Juan bautizó con el bautismo de arrepentimiento, diciendo al pueblo que creyeran en aquel que vendría después de él, es decir, en Jesús. Cuando oyeron esto, fueron bautizados en el nombre del Señor Jesús. Y cuando Pablo les impuso las manos, vino sobre ellos el Espíritu Santo, y hablaban en lenguas y profetizaban. (Hechos 19:1-6)

Estos registros textuales del derramamiento del Espíritu Santo en el Libro de los Hechos forman el fundamento de la doctrina neo-pentecostal del bautismo del Espíritu Santo. Del relato histórico emerge un patrón que indica lo siguiente:

1. Las personas eran creyentes, y por lo tanto, nacidas del Espíritu antes de que recibieran el bautismo del Espíritu Santo. Esto indica que debe haber una distinción entre la obra de regeneración llevada a cabo por el Espíritu y la obra efectuada por el Espíritu al bautizar.
2. Hay un intervalo de tiempo entre la fe (regeneración) y el bautismo del Espíritu Santo. Esto indica claramente que mientras algunos cristianos tienen el Espíritu Santo hasta el punto de ser regenerados, pueden carecer aún del bautismo del Espíritu Santo, que es posterior.
3. La evidencia externa inicial del bautismo en el Espíritu Santo es hablar en lenguas.

Cuando consideramos el debate actual acerca del bautismo del Espíritu Santo entre los partidarios de la teología neo-pentecostal y los partidarios de la teología tradicional, vemos que no hay una disputa significativa con respecto al Punto 1. Prácticamente todas las denominaciones cristianas han estado de acuerdo en que hay una diferencia entre la obra del Espíritu Santo en la regeneración (aunque no todos concuerdan plenamente en la forma de entender la regeneración) y la obra de bautismo efectuada por el Espíritu Santo. Es decir, aunque la diferencia yace en la comprensión de la regeneración y el bautismo del Espíritu Santo, hay un acuerdo en que, sea lo que sea que implique cada cosa, la una es diferente a la otra.

El debate es provocado por la segunda y la tercera conclusión de los Hechos. Ambos lados están de acuerdo en que, en Hechos, el bautismo en el Espíritu Santo era verdaderamente posterior a la conversión (al menos en algunas personas) y que el hablar en lenguas era una señal o evidencia externa del bautismo del Espíritu.

El punto crucial es este: ¿Es el relato de Hechos una prueba de que la secuencia de la obra del Espíritu Santo entre los primeros cristianos pretende ser normativa para la iglesia a lo largo de las edades? La suposición de trabajo de la teología neo-pentecostal es que el propósito de la narrativa bíblica es enseñarnos que lo que ocurrió entonces había de ser normativo para todas las generaciones. Cuestionar esta suposición parece, a primera vista, equivaler a cuestionar la autoridad de la Escritura misma. El punto crucial no es la autoridad de la Escritura sino la cuestión de la intención de la Escritura. Es una cuestión de interpretación. La cuestión práctica que arde al interior de la iglesia es esta: ¿Hay dos niveles de cristianos una clase que tiene el bautismo del Espíritu Santo y otra que no lo tiene?

Esta pregunta se complica más teniendo en cuenta el registro de la historia de la iglesia. Aunque algunos han hecho el mayor esfuerzo posible tratando de probar que ha habido un torrente continuo de hablar en lenguas y otras evidencias de un bautismo en el Espíritu posterior a lo largo de la historia de la iglesia, el testimonio abrumador de dicha historia revela la discontinuidad del hablar en lenguas como una evidencia del bautismo del Espíritu.

La historia de la iglesia parece indicar que las vidas de los más grandes santos Atanasio, Agustín, Anselmo, Tomás de Aquino, Martín Lutero, Juan Calvino, Jonathan Edwards, Charles H. Spurgeon y otros no alcanzaron a desplegar indicación alguna de hablar en lenguas que manifestara que éstos hubieran sido bautizados en o por el Espíritu Santo.  Aunque el hablar en lenguas ha ocurrido aquí y allá en la historia de la iglesia, generalmente estuvo asociado con movimientos heréticos tales como el montanismo del siglo II y el movimiento irvinguita del siglo XIX.

Si el hablar en lenguas es la evidencia externa del bautismo del Espíritu Santo, y el bautismo del Espíritu Santo es una obra posterior en las vidas de los creyentes, ¿por qué, entonces, la gran mayoría de los creyentes en la historia de la iglesia no ha logrado alcanzar esta vital dimensión de la vida cristiana? ¿Fue el Pentecostés original, en realidad, un “fracaso” para las vastas épocas de la historia cristiana que se extendieron hasta el presente? (Si el propósito de Pentecostés fue derramar un don de lenguas continuo, entonces la discontinuidad histórica indica que el objetivo no fue alcanzado).

Algunos han respondido esta pregunta planteando una explicación escatológica. El fenómeno del primer siglo indicaba las “Lluvias tempranas” del Espíritu Santo, mientras el derramamiento actual o avivamiento de Pentecostés indica la “Lluvia tardía” del Espíritu Santo y la hora cercana del regreso de Cristo (La imaginería de las “lluvias” proviene de una profecía que se halla en Joel 2:23).

Esta teoría ciertamente explicaría el problema de la discontinuidad histórica. Sin embargo, también invalidaría la teoría de que la intención del relato en Hechos era expresar una experiencia cristiana normativa para todas las edades.

Una explicación más débil de la discontinuidad histórica sería la afirmación de que los creyentes del pasado simplemente no fueron lo suficientemente serios en su búsqueda de la espiritualidad como para adquirir la llenura del Espíritu Santo. Esta es una posibilidad, pero difícilmente parece probable a la luz del profundo ardor espiritual manifestado por algunos santos del pasado. Hubo, y hay, creyentes devotos cuyas vidas parecen ser modelos de centralidad en Dios, y sin embargo muchos (tal vez la mayoría) no hablaron en lenguas.

Una vez más, el punto central de la cuestión regresa a la suposición neo-pentecostal de que los pasajes narrativos de Hechos pretendían enseñar a la iglesia que siempre habrá un intervalo de tiempo normal entre la conversión y el bautismo del Espíritu y que el hablar en lenguas es la señal externa normal del bautismo del Espíritu.

Uso intencionalmente aquí la palabra suposición. En ningún lugar la Escritura enseña explícitamente que el hablar en lenguas sea una señal necesaria del bautismo del Espíritu Santo o que deba haber un intervalo de tiempo entre la conversión y el bautismo del Espíritu. Estas ideas son inferencias extraídas de la narración. Tales inferencias pueden ser o no ser válidas.

Estoy persuadido de que estas inferencias no son válidas. Mi preocupación es que estas inferencias ponen en peligro el significado total de Pentecostés en la historia de la iglesia. Mi queja contra la teología neo-pentecostal es que tiende a tener una visión demasiado baja de Pentecostés. Parece que la teología neo-pentecostal no logra hacerle justicia al significado histórico del Libro de los Hechos y nos deja con una visión de la obra de dotación carismática efectuada por el Espíritu más similar al Antiguo Testamento que al Nuevo Testamento.

Extracto del libro:
«El misterio del Espíritu Santo» de R. C. Sproul

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